La camioneta de mensajería se detuvo enfrente a la cabina. Augusto sonrió. Se levantó pesadamente de su silla reclinable, tomo las llaves y avanzo a la puerta y antes de que el mensajero pudiera decir nada el guardia de los condominios estaba parado frente a él. El hombre de mediana edad alcanzo el paquete del fondo del transporte. Camino sin preguntar y extendió. Augusto lo tomó y regreso a la cabina.
Siempre que llegaban paquetes hacia lo mismo fueran para el conjunto habitacional o no. Solo que cuando eran para algunos de los condominos los depositaba en las cestas de cada departamento.
Los otros los desaparecía, se los quedaba. Se los adueñaba y si reclamaban o preguntaban negaba tenerlos. Llevaba años haciéndolo de ese modo. Su casa solía tener un aire descuidado y ecléctico con un sin fin de objetos tomados de las enormes listas de artículos perdidos, desaparecidos o mal entregados.
Ya en la cabina lo metió en un cajón amplio y se disponía a prender un cigarro pero noto que sus dedos estaban descarnados y putrefactos. Fue solo una fracción de segundos. Solo un instante. Al siguiente sus manos estaban regordetas con dedos cortos y rechonchos.
Lo que no desapareció fue el olor a descomposición. Unas enormes manchas verdes metalicas aparecieron en las ventanas y zumbaron en la cabina. Lo que causó la confusión. ¿De dónde habían salido? Las luces parpadearon y Augusto estaba sin palabras con los ojos muy abiertos.
El interior de la cabina quedó a oscuras. Afuera a pesar de ser pasado el medio día una niebla espesa se arrastró por la calle, y el vaho del aliento era visible. El guardia seguía anonadado. Se incorporo con el cigarro y las intenciones de fumar la puerta estaba muy fría y tuvo que hacer un gran esfuerzo para girar la perilla. Cuando abrió afuera parecía un día soleado. Poniendo su peso sobre la puerta la abrió y al cruzar la puerta pudo sentir un extraño escalofrío recorriendo su espalda. Cómo acariciándolo o tal vez como pretendiendo detenerlo.
El cigarro tuvo un gusto horrible. Cómo si besara a algún animal sucio y muerto. O peor, sucio, enfermo y muerto. Solo dió cuatro caladas antes de arrojarlo contra el piso.
Regreso a la cabina. Y una vez adentro la situación no mejoro. Permanecía el frío y el olor, la lámparas iluminaban a media luz. A veces parpadeaban. Por la tronera Agustín veía el pasar de las personas preguntándose dónde trabajaban o que tipo de ropa interior usaba, pero ese día. Solo vio. Sombras que se movian en el límite de la vista periférica. Las mismas huían cuando ponía atención y giraba el rostro rápidamente. Decidió meter la mano al paquete recién adquirido. Suss dedos recorrieron con velocidad los orillas y las cintas adhesivas. Abrieron la caja y entre plástico burbuja apareció una extraña figura. No llegaba a ser un humano Pero parecía una antropoide sentado en una roca con el rostro cubierto de estrías que simulaban tentáculos. El material era extraordinariamente pesado para la cantidad de materia que se veía. Sin pensarlo mucho lo tomo y salió despacio hasta ma calle y ahí con la caja abierta lo dejo.
Solo esperaba que cualquier cosa que acompañará a esa imagen se fuera con ella.
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