Esa noche, fue la última de tranquilidad. Uno a uno, en cada casa, en cada puerta y en cada edificio, obra de algún corredor fantasma que zigzagueaba en las calles mordidas, los vidrios de cada puerta, ventana, alacena, covacha reventaron. Haciendo aparecer una lluvia de diamantes, fríos y filosos que cortaron el conticinio. Por última vez.
La última noche de los cristales llorantes ... De los que diamantes que hieren, de las lágrimas sólidas de un mundo enfermo. Los últimos resquicios de un pasado roto.
La noches se rompió en mil pedazos con un ruido que perduró en ningún oido porque, después del Kristallnacht no quedó nadie vivo para escuchar los vidrios cayendo.
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