A golpe de página
Los libros no son sagrados sino nuestros.
Hacemos con ellos lo que sea necesario.
Subrayamos, anotamos, corregimos, cruzamos,
Los adornamos con palomas y signos.
Así como nos maltratan, los maltratamos
Así como nos cuidan, los cuidamos
Así como nos enseñan, los multiplicamos
No sé trata de creerles, maestros del engaño,
ilusionistas sin limite ni vergüenza,
Mienten para nuestro agrado.
Suscribimos con Nerval en Aurelia
que la imaginación humana no ha inventado nada
que no sea verdad, en este mundo
o en los otros
Los libros documentan pues son documentos
ellos mismos, huelen a tinta,
a polvo, a viejo, a vino, a hongo,
a orines de rata,
aunque hubo una vez que olieron a nuevo.
Son puro cuento. O la verdad sincera.
Las religiones se escudan en uno,
manual de uso, máquina de rituales,
prueba irrefutable de los mitos,
pretexto para la crueldad y el desprecio,
arma de doble filo y fuente de gracia.
Saben idiomas,
los mantienen sánscritamente vivos,
los resucitan, lon fundan,
alguien los canta siempre,
Alguien los atesora.
Cuando los queman, ceden
Y en sus cenizas nada queda.
Objeto común de victimarios y plagiarios,
se refugian en los brazos de abnegados copistas
en Alejandría y los monasterios,
de la fotocopia al éter sublimado
de la última infancia humana.
Procedentes del cielo o el infierno,
hoy habitan una nube
toda llena de anaqueles
frágil como papel de China
que, cuando se disipe,
dejará a los arqueólogos del porvenir
con las manos vacías.
Quizás en hojas, quizás en piedra,
quizás en la memoria de los que no mueran,
amantes que no se niegan a quien los abre,
los enamora y lleva.
Los hay oscuros e iluminados.
Ilustran o son ilustrados.
Se venden, se compran, pierden y roban.
Los mejores salen regalados
no importa cuánta sangre costaron.
Tercos como una mula
todo lo toman al pie de la letra.
Les va bien las barbas y el pelo largo,
Los hay ralos, lampiños, calvos,
Pero los peores son los rasurados.
De entre los mil inventos humanos
Sigue siendo el único ilimitado.
Sus páginas, como los sueños,
Osan ser secretas o impudicas
Sin soltarnos nunca la mano.
Hermann Bellinghausen
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